Claudia Lars

Hija de Peter Patrick Brannon, ingeniero
norteamericano, y de la salvadoreña Carmen Vega Zelayandía, estudió en
el colegio La Asunción de la ciudad de Santa Ana, donde la joven
Claudia se decantó por los estudios humanísticos. Religión y poesía se
vincularon en su hogar para acrecentar su sensibilidad natural. Desde
muy pronto recibió la influencia de los clásicos antiguos y españoles
(Góngora, Quevedo, Fray Luis de León), así como la de los románticos
ingleses y de Rubén Darío. También coincidió con algunos de sus
contemporáneos, como el cuentista salvadoreño Salarrué.
Poetisa precoz, con diecisiete años publicó un breve poemario que pasó inadvertido: Tristes mirajes,
que vio la luz gracias al mecenazgo del general y poeta Juan José
Cañas, uno de sus primeros mentores. Por esa época Claudia Lars mantenía
relaciones sentimentales con el poeta Salomón de la Selva. Pero en
1919, cuando habían ya formalizado su compromiso de matrimonio, el padre
de Claudia decidió romper el vínculo y enviar a su hija a los Estados
Unidos, a casa de unos familiares afincados en Pennsylvania. Allí
conoció a Le Roy Beers, con quien contrajo matrimonio tras un breve
período de noviazgo.
Sin abandonar el país norteamericano, la poetisa
se instaló en compañía de su nuevo esposo en el barrio de Brooklyn de
Nueva York, donde ejerció como profesora de lengua castellana en la
Escuela Berlitz. En 1927 tuvo ocasión de regresar a su país junto con su
cónyuge, que acababa de ser nombrado cónsul de los Estados Unidos en El
Salvador. Aposentados en la capital salvadoreña, a finales de 1927
nació su primer hijo, Le Roy Beers Brannon, que sería el único vástago
de Claudia Lars.
Claudia Lars volvió a frecuentar los cenáculos
literarios, en especial el congregado alrededor del poeta Alberto Guerra
Trigueros, compuesto por escritores como Alberto Masferrer, Salarrué
y Serafín Quiteño. En ese nuevo ambiente la poesía de Claudia Lars
fluyó de nuevo con espontaneidad y soltura, lo que se tradujo en 1934 en
una nueva entrega lírica: Estrellas en el pozo, publicada en las
famosas Ediciones Convivio por voluntad expresa de su director, el
intelectual costarricense Joaquín García Monge.
Esta obra, bien recibida por críticos y lectores, allanó el camino del siguiente poemario de Claudia Lars, Canción redonda (1936), al que siguió, tras un paréntesis, La casa de vidrio (1942). En este fértil periodo publicó también Romances de norte y sur (1946), Sonetos (1947) y Ciudad bajo mi voz, libro premiado en el Certamen Conmemorativo del IV Centenario del Título de Ciudad de San Salvador.
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